Guillermo Galván cuenta historias desde pequeño. A los siete años ya les daba la paliza a sus amiguitos con narraciones orales sin que nadie osara llamarlo tío plomo, mucho menos cuentacuentos. Plasmó después sus fabuladas aventuras sobre el papel en forma de tebeos, aunque su intento de industrializar la idea resultó un rotundo fracaso, porque no se había inventado la fotocopiadora y cada unidad ...